El principal motivo para defender el modelo actual vigente de atención sanitaria a las personas trans* es “proteger al paciente”. Protegerles contra arrepentirse. El médico que les atiende quiere estar seguro de que el paciente al que trata no está actuando de forma impulsiva. Aunque se puede entender el miedo, la solución a este no es la adecuada.
Muchas de las preocupaciones que tienen los médicos respecto a las personas trans* vienen del miedo y de la ignorancia. Preocupación de perder el trabajo y también de perder la autoridad. Preocupación de que la gente vaya a arrepentirse, se responsabilice directamente al médico y se le acuse ante un tribunal disciplinario, hecho traumático para el propio profesional, que puso todos sus empeños//sus esfuerzos al servicio del paciente. El no haber aprendido nada sobre este tema durante la formación en medicina, psicología o psiquiatría se traduce en la incomprensión por parte del profesional hacia la persona trans*. Todo el conocimiento que se pudiese aprender sobre el tema se va adquiriendo: solo en el 2012, la conciencia social progresó un poco tras la adopción de una nueva nomenclatura para asuntos trans* así como la entrada en funcionamiento del nuevo DSM-5.
Un paciente trans* no necesita una protección diferente a la que obtiene un paciente cis (no trans*). Así como un paciente francés no necesita más protección que un paciente sueco. En caso de que un médico tenga alguna preocupación sobre la salud mental de un paciente, es éste el problema, no el ser trans*. La pregunta que se tiene que hacer el profesional debería ser la siguiente: “si hubiera venido un paciente preocupado por su apendicitis o por su cáncer de pulmón, ¿lo mandaría a ver al psicólogo para obtener un certificado de capacidad mental o lo aceptaría sin más? El hecho de que algo esté culturalmente connotado no me parece una razón de peso para solicitar una intervención extra.
Asimismo, todo el mundo tiene el derecho a equivocarse, aunque pueda sonar cínico. Es bastante probable que la persona trans* no esté muy segura saliendo del armario. La identidad así como los deseos evolucionan. También las personas homosexuales o bisexuales muchas veces no se sienten emocionalmente seguras con la idea de salir del armario. Solamente se atreven cuando aparece la figura del amante, aunque de un tiempo atrás son conscientes de ser diferentes. Ell*s no tienen que pasar por un psicológico, ya no se les considera enfermos desde años. Se pueden arrepentir de no salir del armario, casarse o no, tener hij*s o no. ¿Quién sabe si saldrá bien siempre? Esto se aplica también a las personas trans* que tenemos el derecho de equivocarnos. El estado o el entorno médico no tiene el deber de protegernos de nosotros mismos. La gente que quiere tener hij*s, ¿tienen que ir al psicólogo o al sexólogo? ¿Se les preguntan si están seguros? ¿Se investiga si serán buen*s padres? ¿Se envían a los futuros esposos a un consejero matrimonial para asegurar la estabilidad y la longevidad de su amor?
La preocupación de que decidiéramos por nosotros mismos y sin la intervención profesional que hubiera asistido a la persona trans dubitativa, proviene del miedo y la ignorancia. En primer lugar, el previo consentimiento informado tiene que ser un requisito, Con psicólogo o sin psicólogo, si el paciente no entiende de qué se trata, cuáles son los riesgos y las consecuencias de su decisión, el proceso acaba ahí. En segundo lugar, no sería la primera vez que un psicólogo se ve involucrado cuando un paciente se somete a un tratamiento invasivo. Pero no tod*s l*s pacientes que van a someterse a un tratamiento oncológico necesitan apoyo psicológico//necesitan pasar por la consulta de un psicólogo
Cuando nuestra sociedad deje de tener miedo de personas trans* será cuando nuestro sufrimiento disminuya de forma considerable. Al fin y al cabo esel mundo que nos rodea el que nos da tantos problemas. Y nosotr*s como parte de este mundo sentimos que no es bueno ser trans*, comportarse fuera del de la dicotomía de género. Por eso, deja de tener miedo y súmate a la revolución. No somos más que una amenaza de su status quo. ¿Y qué?
¡Gracias a Irene Alcedo para el ayudo linguistico!